MI MEJOR DÍA
Sentir que se está construyendo un mundo realmente nuevo, poder trabajar comunitariamente sin pago alguno y sin un superior que así lo exija, poder sentirse útil y valioso y olvidarse de sí mismo durante unos momentos, hasta volverse casi indígena, han sido unas de nuestras principales experiencias; saber que estamos aportando algo bueno dentro de este mundo de errores encadenados y sin fin, que nos han llevado equivocadamente por una senda que engañosamente denominamos cómoda, civilizada y práctica, es un trabajo que jamás podrá tener retribución.
En días pasados estuvimos ayudando a entechar una casa de paja, que hacía parte de “la oficina” o centro político-administrativo de la comunidad. Allí pude percatar una paz inusitada, que no recuerdo haber tenido hace ya mucho tiempo. La gente trabajaba alegre, haciendo muchas chanzas y chistes, todos estaban pendientes del desarrollo de la obra, y hacían cualquier cosa que les tocara por iniciativa propia. Nos hablaban en lengua “IKUN”, pero dentro de mí sabía que no lo hacían con aquel desprecio característico del habitante de tierras lejanas, con el foráneo que llega a ocupar sus territorios, sino más bien con el fin de hacernos sentir parte de ellos, enseñarnos y sentirnos amigos, únicamente dentro de un clima de comunicación mutua.
Tomamos algunas fotos, preciosas por cierto, que registran uno de los momentos más importantes que hemos tenido acá. Las mujeres hacían el almuerzo, amarraban la paja y elaboraban el fique para el amarre al techo. Los hombres por su parte traían la paja, también amarraban, la lanzaban al techo y finalmente la amarraban a este. Todo funcionaba con una sincronía y hermandad que me hizo pensar qué tan lejos hemos llegado, que ni siquiera consentía la idea de alguna vez poder contemplar con mis propios ojos estas imágenes. Ayudamos a amarrar, a moler caña en trapiche y hasta a lanzar paja al techo, todo dentro de risas y felicidad interior, unidas por fin dentro de una actividad de trabajo, aunque a mí mismo me parecía aún inconcebible.
Almorzamos con ellos y como ellos, nos dieron una sopa de arroz que nos sirvieron de primeros con un pequeño pedazo de cerdo que se había sacrificado ese mismo día para lo cual por cierto aportamos $500 pesos y fuimos anotados en un libro, cosa que nos alegró mucho, pues con este acto nos daban a entender que en ese momento éramos parte de ellos. Comimos sentados en una piedra y sin cuchara, lejos de nuestros hábitos cotidianos, pero felices de compartir, de conocer una nueva sensación y de sentirnos parte de una civilización rica y evolucionada con una razón de existir y un propósito definido en la vida.
Finalmente el día terminó, fue corto, irónicamente como casi todos nuestros mejores momentos, y así lo recordaré, como un instante feliz, parte de toda la eternidad, diluido en el espacio y en el tiempo, sin fronteras... UN SUEÑO.
LIBARDO LAMBRAÑO Marzo 23 de 1995
Twitter: @llambrano
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